La pared revestida de baldas y las baldas rebosantes de libros, ni siquiera asomando el gotelé, y una estantería que divide el vacío en dos. A un lado la cama pequeña, y al otro el escritorio: un cementerio de abrigos y mantas y regalos que ni se disfrutan ni se guardan. La cama pequeña, decía, y a mi derecha la estantería que atraviesa la habitación, y a mi izquierda un mueble que también guarda libros, igual que el cabecero de la cama.
Duermo un par de días en mi habitación de adolescencia. Me rodean los libros que leí antes de cumplir veinte años, y algunos de la siguiente década. Alargo el brazo desde la cama para tocar la memoria con la punta de los dedos. La memoria —mi memoria— consiste en ese libro que me entusiasmó a los diecisiete, y ese otro del que antes o después señalé varios poemas. ¿Quién eras, persona que leíste esa novela y subrayaste ese párrafo vacío? ¿Por qué te asombró ese cuento, y no ese otro al que regresaste en otro tiempo y en otro lugar, y se quedó contigo?
(Pienso en una autobiografía que recurra a las palabras ajenas, hilvanando fragmentos de libros que significaron algo en momentos concretos. Seguro que alguien lo ha hecho ya.)
Curioseo en el anaquel de los libros de poesía. Al tocar los lomos no se activa un engranaje que retroceda dos décadas y me permita reencontrarme conmigo, la melena larga y las mechas rubias, para advertirme de errores y ahorrarme fallos. Hojeo un libro y otro y otro, me pregunto por mí: siento ternura al imaginarme tumbada en esa misma cama, queriendo —hambrienta de poemas— leerlo todo y entenderlo todo y aprenderlo todo. De repente:
Este poema abre un libro titulado Malos tiempos. Al reconocer el nombre de la autora —Mercedes Escolano— he vuelto a las fotocopias con las que memoricé la antología Las diosas blancas, hasta que ahorré para un ejemplar de segunda mano. Busco estante a estante, y rescato No amarás —de la misma época— y otra obra anterior, Felina calma y oleaje, un rescate de Ulises por el que asoman lecturas y anécdotas propias y cancioncillas populares, con un bellísimo esfuerzo de lenguaje. No amarás tiene mucho de libro de ciudades —Lisboa, en especial—, pero sobre todo de libro acerca de quienes las habitan, y acerca también de la forma en la que conseguimos nuestro sitio; Malos tiempos toma elementos del cine clásico —personajes e historias, atmósferas— y los celebra desde la nostalgia y la ironía. Mercedes Escolano escribe textos luminosos: claros en el origen, deslumbrantes al desembocar.
Me sigue gustando ese poema, pienso, seguro que por motivos diferentes a los de mi adolescencia. No sé qué me interesó entonces, porque no lo anoté. Ahora me fijo en cómo estira el molde de la poética para acercarlo al retrato de una misma, y al revés: la manera en la que refiriéndose a sí misma, en cambio, se aleja del yo para reflexionar sobre la escritura. La convivencia de varios poemas posibles —tan atractivo en la teoría, tan complejo en la práctica, tan bien resuelto aquí— y la música fluidísima, con el poema escuchándose conforme se lee. La celebración honesta y amorosa de la poesía.
Elena de diecisiete o dieciocho años, ¿qué vida imaginabas para ti? Al doblar la esquinita de la página 55 no se activó un engranaje que avanzara dos décadas y te permitiera encontrarte contigo, el pelo corto y ya algún mechón blanco, para que te advirtiera de errores y te ahorrara fallos. Leíste aquel libro, leíste otros más. Se acumularon los poemas y las experiencias, olvidaste muchas cosas, también recuperaste algunas. Elena de entonces, no sabes que ese libro que te ha impresionado tanto —lo apuntas en la hoja de respeto— te acompañará durante la mañana de Año Nuevo de tus treinta y siete, y al día siguiente en el tren de regreso a casa. Sin trucos ni artefactos, mucho más sencillo: un mensaje al futuro, para que no olvides aquello en lo que crees.
“Declaración de intenciones” forma parte de Malos tiempos (El toro de barro, 2001), y “Libros viejos” de No amarás (Diputación Provincial de Cádiz, 2001). También menciono Felina calma y oleaje (Diputación de Córdoba, 1986), y recuerdo haber leído también Estelas (Torremozas, 1991) e Islas (La Palma, 2002). Mercedes Escolano tiene una web con mucha información, y merece la pena escuchar esta conversación con Daniel Heredia. Puedes rastrear sus libros en Todostuslibros y Uniliber. (En la fotografía que encabeza el texto, Mercedes Escolano en 1995; es obra de Manuel López Doña.)