Erudición sobre hormigas y rositas
Traslaciones de cuerpos y de almas, una cartera llena de papeles, un librito nuevo.
La doctora preguntó y respondió mi madre. No se trataba de que me acompañase en la consulta —casi cuatrocientos kilómetros entre el hospital que me corresponde y el piso en el que vive— y se me adelantara, ni de que mi contestación recordase a su voz o su sintaxis: se trataba de que la forma en la que yo me había referido a mis sensaciones, más que mis síntomas, no correspondía con mi modo de expresarme, sino con el suyo habitual. Me cuesta explicarlo, pero cuando hablé no me reconocí a mí, sino a ella. Sucede cada vez más: dicta el tópico que conforme pasa el tiempo te pareces más a ti misma, o a la imagen que querrías de ti, pero con los años yo me transformo en mi madre y en la madre de mi madre. Las caderas anchas de mi abuela Pepita, incluso la manera en la que caminaba —el vaivén del agotamiento: ahora sé nombrarlo—; la comisura de los labios, con la misma caída que mi madre, o las interjecciones a las que ella recurre para encender una conversación o llenar un silencio.
Aquella mañana escuché a mi madre en la consulta, en lugar de escucharme a mí, como meses antes la había reconocido —a ella y a mi abuela— en mi dormitorio. No la traslación de sus cuerpos y sus almas a aquel cuarto, sino una de ellas en el borde de la cama, en el lugar que yo ocupaba. Una de ellas sentada en el borde de la cama en mi lugar, ordenando su cartera: los papelitos extendidos sobre la colcha, tantos recibos de compra —ya los tiraré— que ocultaban las tarjetas o el DNI. Por entonces afrontaba una propuesta: un ensayo sobre libros para la colección 23 de Abril, que la Editorial CSIC publica cada año. ¿Qué escribir? ¿Acerca de qué? ¿Cómo escribirlo? ¿Cuándo? Ese gesto heredado, aceptar el tique que no sirve para nada y depositarlo en la cartera, entre el abono de transporte y los carnés de puntos de tiendas a las que nunca he regresado, me sirvió: un libro escrito así.
Un libro escrito así: como desplegando esos papelitos, aquí la persona que soy, aquí el dinero que tengo y que no tengo, los libros que me conforman, los asuntos muy feos o muy cómodos. Puede que no el libro que quiero, porque el libro que quiero nunca lo escribiré; el libro que ahora puedo. Durante estos meses he releído mis notas sobre libros y las mujeres que los escriben, sobre las circunstancias en las que los libros se escriben —o no—, y se leen, y se editan; borradores de artículos que nunca terminé, subrayados de lecturas e ideas en libretas y archivos de TextEdit. Me acompañaban varias referencias a las que volvía y volvía: Una habitación propia, de Virginia Woolf —en la traducción de Laura Pujol—, y otros de sus ensayos; también El cuarto de atrás, de Carmen Martín Gaite, y Mujer que sabe latín, de Rosario Castellanos.
Un libro que se titula Erudición sobre hormigas y rositas —un verso de Marosa di Giorgio—, publicado por Editorial CSIC, que se descarga de manera gratuita en este enlace y también podrá comprarse en librerías, para quienes gusten del papel. Y un libro acompañado por una conferencia que parte de algunos de estos asuntos y suma papelitos, una nota garrapateada en un vagón de metro, una anécdota que conocí después de entregar el texto. Muchas gracias a Pura Fernández por la generosa invitación, y a Enrique Barba por el cuidado en la edición; gracias también por su paciencia. La viñeta de cubierta es de Damián Flores, y la de colofón de Puri Salví. Gracias, y gracias a quienes se han implicado de una forma u otra en el proceso de escritura, edición y difusión: la correctora María Sánchez, Eduardo Actis y Erica Delgado de comunicación, la librera Mercè Álvarez... En las páginas, acuarelas de Mary Altha Nims: flores y alguna mariposa.
Si te animas a leerlo, ojalá lo disfrutes; ojalá te interese esta erudición sobre hormigas y rositas, la sabiduría inútil pero reconfortante, los datos que apenas importan más que a quien los descubre y se refugia en ellos, la constancia y el esfuerzo del insecto, la belleza imperceptible —ya se sabe— de la flor.
En uno de sus poemas habitados, Marosa di Giorgio asignaba a la protagonista un rasgo asombroso entre los físicos: la «erudición sobre hormigas y rositas». Un saber minucioso e inútil, matérico, al mismo tiempo en contacto más con la tierra que quizá con las ideas... Igual que en ese poema, igual que en una historia de ficción, por este ensayo cruzan personajes: la persona que escribe, el hombre que escribe y la mujer que no, hijas e hijos, gente en calles estrechas y en bares frente a librerías, Virginia Woolf y Gertrude Stein y Carmen Martín Gaite, escritoras que cocinan poemas y bacalao con patatas, escritoras que rezan para que vuelva la inspiración, la propia voz que al mirar intenta ordenar lo que piensa. Elena Medel reflexiona en estos «papelitos» acerca de los libros y la forma en la que se escriben, y las circunstancias desde las que se escriben —también—, y se leen, y se editan; sobre la manera en la que elementos como el género o la clase social definen la escritura de los libros que nos llegan. ¿Existe o no la literatura femenina? ¿Existe o no la genealogía? ¿Importa lo que hacemos o lo que representamos? Un libro sobre libros que se hace conforme se piensa, que muestra sus costuras y no esquiva sus errores ni sus contradicciones. ¿A qué se refiere la «erudición sobre hormigas y rositas»?
🏆 Hasta el 26 de abril puedes enviar tu poema al XVI Concurso de Poesía Fundación Jesús Serra. De ámbito internacional, para textos en castellano y en catalán, y con distintas categorías según la edad. Te lo recomiendo; puedes consultar las bases en este enlace.
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💌 Enviaré la próxima cartita el martes 25 de abril. Mientras tanto, te deseo mucha salud, alegría y tiempo para leer buenos libros.