Estar ahí (Ingeborg Bachmann)
A alguien le deprimen los poemas, y alguien le responde, y luego alguien se queda en sus palabras.
Había preparado un texto para enviarlo hoy, ayer: decidí qué quería contar y en qué libro enfocarme, tomé notas y desarrollé ideas, afronté varias relecturas y la última corrección tras el fin de semana de barbecho; la programaría para el martes bien temprano. Todo en orden. Cumpliría el plazo que me marcaba, una vez más.
Sin embargo, el domingo se me cruzó un poema.
Abre la Poesía reunida de Ingeborg Bachmann, que publicó la editorial Tresmolins con traducción de Cecilia Dreymüller. El libro queda cerca cuando me siento a trabajar: sobresale en la primera fila de una de las baldas de poesía. El domingo andaba no sé en qué, sin concentrarme, y empecé a hojearlo por si con algún poema me centraba. Salté al azar de página en página: me quedé en este poema.
Ayer recordaba un artículo de Robert Eric Shoemaker, el editor del boletín diario de la Poetry Foundation. Un lector le había escrito, tras anular su suscripción, para justificarse: los poemas que seleccionaba le deprimían hasta abandonar la lectura, primero, y la lista de correo, más tarde. Shoemaker contestó ofreciendo una reflexión delicadísima sobre un poema de Paul Celan, una reflexión muy sabia sobre la utilidad —y la responsabilidad— de su trabajo al escoger cada texto, una reflexión entre la etimología y la ternura sobre la necesidad de una poesía que nos incomode y nos contradiga, y sobre la necesidad de atender aquello que nos duele. «Cuiden de esos sentimientos y de los demás, y compartan los poemas que les ayuden a hacerlo», se despedía.
¿Por qué ese poema de Ingeborg Bachmann? No se trata del mejor texto de la autora: forma parte de la primera sección del volumen, escrita entre 1948 y 1953, con veintipocos años. Quizá no se reconozcan aún su tono, el esfuerzo posterior de lenguaje... Este poema muestra a Bachmann antes de Bachmann, o de nuestra idea de Bachmann; esos pasos con los que se inicia el camino de la escritura, y que al fin y al cabo permiten avanzar después. Me atraen la presencia de lo explícito —tan alejada de los rumbos posteriores—, y al mismo tiempo la inteligencia con la que conviven varias intenciones: la intimidad contada, el juego de tiempos, la metaliteratura con esa poética literal de la segunda estrofa. La posibilidad de que una autora cuya obra conozco, o eso creo, me revele que guarda todavía otras autoras posibles.
Otra cuestión, también: en nuestra primera respuesta a un texto se escucha la emoción. Subjetiva, irracional. Me gusta, no me gusta; luego buscaremos los porqués, las formas y los ecos, intelectualizaremos la experiencia. En realidad el domingo me quedé en este poema por un verso, deslizado entre otros: «otra vez mi madre sueña mi futuro». Tanto: a qué momento se refiere ese presente, ese presente zanja o abre otros instantes, qué se oye en el poema y qué oyes al leerlo. Y más, que me guardo.
Quizá no se trate del mejor poema de Ingeborg Bachmann, pero traigo las palabras de Robert Eric Shoemaker: «Cuiden de esos sentimientos y de los demás, y compartan los poemas que les ayuden a hacerlo.» Terminaba aquella carta: «Poder para el pueblo y para la poesía.»
Cuiden de esos sentimientos y de los demás, y compartan los poemas que les ayuden a hacerlo.
Poder para el pueblo y para la poesía.
Otra vez mi madre sueña mi futuro.
Estar ahí.
📷 “Otras bibliotecas”, una instalación de Alicia Martín en la sede de Editorial CSIC.
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💌 Enviaré la próxima carta el martes 23 de mayo. Mientras tanto, te deseo mucha salud, alegría y tiempo para leer buenos libros.