Gracias, me lo merezco
Aurora Venturini, Jon Fosse, Doris Lessing, un manojo de chalotas y los e-mails que me manda un hombre al que no conozco.
Cada mañana de sábado, desde hace catorce años, recibo un e-mail de un hombre al que no conozco.
Con los primeros correos me pregunté si habríamos coincidido en algún momento. Intenté recordarle, pero no me sonaba. Busqué —sin éxito— su nombre en la agenda de mi cuenta de entonces. Deduje que él tampoco sabría quién era yo: en un mensaje colectivo con las direcciones en abierto, habría copiado las del resto de destinatarios pensando que nos interesaba la literatura, y las sumó a su base de datos. Nunca ha variado la estructura. Saluda, enumera sus logros recientes y se despide con los mejores deseos. Cuenta en qué revistas colabora, qué premios ha ganado; avisa de sus nuevos libros y sus presentaciones. No comparte poemas ni relatos. Esquemático, aséptico: la información precisa, los enlaces para saber más.
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Me entusiasmó —subrayados, subrayados, comentarios en los márgenes, esquinas de la página dobladas— Esta no soy yo, la biografía de Aurora Venturini por Liliana Viola que ha publicado Tusquets en Argentina. Había disfrutado mucho de los libros de Venturini y me producía curiosidad quién los escribió, cómo, por qué hasta los ochenta y tantos resistió confiando en su obra aunque nadie la leyera. El estilo de Viola es delicioso, elegante, vivaz. Aspecto de biografía para un libro entre la novela de misterio, el drama romántico y la literatura del absurdo, siempre retrato que abarca la vida de una escritora y a la vez toda una época —muchas épocas— de todo un país —en cierto modo, también, muchos países—.
Al comienzo describe —aire de intriga— la reunión del jurado que otorgó el Premio Nueva Novela a Las primas. El premio se falló, contactaron con Venturini, asistió a la entrega. Viola recuerda: «Cuando recibió el premio tomó el micrófono y en lugar de los agradecimientos de rigor, dijo: “Al fin un jurado honesto”. Luego agregó: “Soy una gran escritora, tal vez la mejor, porque una no se va a desvalorizar; este no es el mejor libro que tengo, tendrían que leer los demás”». Al terminar Esta no soy yo busqué algunas noticias de la época —la época: hace dieciséis, quince, catorce años—, reseñas de su obra, obituarios. En uno de ellos mencionaban el inicio de su vídeo para el Premio Otras voces, otros ámbitos, que obtuvo —España, 2010— también por Las primas: «gracias, me lo merezco».
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En ningún e-mail ha incluido datos al margen de su carrera literaria: sin referencias a su familia o a su estado de ánimo, apenas una felicitación el último sábado de diciembre y unas palabras de fuerza durante el confinamiento. ¿Toma el aperitivo con su pareja? ¿Llama por teléfono a su madre? ¿Paseaba con su hijo en los primeros años? ¿Ahora escribe? ¿Ahora lee? ¿En qué invierte las horas posteriores? No le conozco, pero en este tiempo quizá haya aprendido algo sobre él. Por los lugares de las actividades en las que interviene, ha vivido en distintos puntos de Europa; España casi siempre, pero también Italia y Grecia, Eslovenia, Rumanía. Lo que escribe interesa en América Latina —muchas webs literarias seleccionan sus textos—, y supongo su querencia vallejiana porque toma algunos de sus versos como títulos. Viajó a Ecuador y adjuntó fotografía. Trabaja de manera incansable: uno o dos libros cada año, nuevos artículos semanales, sospecho que acaso toma el relato que compartió en La Voz de las Letras en 2015 y lo ofrece con otro título a Archivo Literario. No utiliza plataformas ni gestores, sino que abre su bandeja de entrada, selecciona “Enviar mensaje”, redacta, copia y pega las direcciones en el cuadro CCO. La fidelidad a su servidor de correo, que hoy no utiliza casi nadie, me habla de su desinterés por la tecnología o de su sentido práctico: si algo funciona, para qué cambiarlo.
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Hace unos diez años que Jon Fosse figuraba entre los candidatos al Premio Nobel de Literatura: el cálculo lo brinda Jon Fosse. Añade que «muchas veces he estado atento al anuncio, muy excitado, a la una de la tarde en punto» (a Sergio C. Fanjul, en El País). Mitad de la mañana del primer jueves de octubre, en una cabañita dentro de los jardines del Palacio Real de Oslo: interior día. Hierve en una tetera el agua con la que el hombre se preparará una tila. Espera una llamada de teléfono: silencio, silencio, también dolor porque se ha quemado —del ansia— el cielo de la boca. Este año, convencido de que no le tocaría, Fosse se relajaba conduciendo por las carreteras rurales del norte de Noruega. «Entonces vi sonar en el teléfono un número que empezaba por +46, el prefijo sueco… (…) Pensé que era alguien que me llamaba de Suecia para cualquier cosa; no sé, mi agente. Pero claro, por la fecha y la hora, por el número de teléfono, podría ser también la Academia Sueca».
Gana la puesta en escena de Doris Lessing: regresaban en taxi del supermercado, ella y su hijo cargados de bolsas de la compra —identifico cebollas o chalotas, una alcachofa—, cuando los periodistas que esperaban le anunciaron el premio. Suspiró. ¿Celebrar el Nobel o mantener la cadena del frío? Respondió: «HE GANADO TODOS LOS PREMIOS DE EUROPA, CADA MALDITO PREMIO. ESTOY ENCANTADA DE GANARLOS TODOS, EL LOTE COMPLETO». Y entró en casa.
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Mis padres y mi hermana y mi tío, por lógica vital, y algunas amistades: pocas relaciones superan en constancia a nuestro vínculo de catorce años. He pagado el alquiler de siete pisos diferentes; uno tras otro, claro, aunque en alguna pesadilla descubro que simultaneo varios, y no alcanza el dinero. Me han echado de unos trabajos, he dejado otros. Los novios han ido y han venido. Se me han quebrado vínculos eternos. He dicho que sí. He dicho que no. He dicho que para qué. Él jamás me falló en todo este tiempo: lanza su mensaje cada semana, sin importarle las festividades o aunque solo disponga de un enlace para compartir. Por covid debió cancelar un recital y una charla, en momentos distintos.
Nunca le he respondido. He pensado en muchas ocasiones «enhorabuena», pero no le he escrito para decir «enhorabuena». He pensado en muchas ocasiones «que vaya bien», pero no le he escrito para decir «que vaya bien». Y sin embargo en la época en la que yo ya no publicaba, y muchos correos dejaron de llegar, cada sábado recibía —puntual— el suyo. No me conoce, no sabe quién soy: no imagina lo mucho que me reconfortaba. Ya antes los abría con curiosidad, preguntándome qué habría logrado él aquella semana, pero en esa época me servían de acicate y de consuelo. Quizá nada marchase bien para mí, o así me sentía, pero él compartía un poema en un blog, y yo pinchaba, y me invitaba a un recital aquí y allá, y yo le deseaba aplausos. Me alegraba cuando conseguía un premio o cuando anunciaba novedad. Una vez encontré uno de sus poemarios —breve, extraño en el sentido feliz— en una librería, y lo compré. Ha sobrevivido a las mudanzas, lo que significa que me importa.
Sábado a las once y media. Buen día. El enlace a YouTube de una lectura de relatos, la crónica de una exposición «sublime» en una página sobre fotografía, la reseña en su suplemento habitual de una novela que sospecho —por el tono— que no le ha convencido tanto, pronto compartirá más sobre su próximo libro de poemas. Feliz semana.
El domingo leo el correo electrónico de mi amigo desconocido. Pienso: «Gracias». «Me lo merezco», puede que rematara él al apagar el portátil y salir a la compra, cebollas o chalotas, una alcachofa. El metro hacia la estación de Opañel mientras el título que avanza me suena afortunado. «Te lo mereces», le digo. Pienso: «Gracias».
👩🌾 La cosecha de 2023: el ensayo Erudición sobre hormigas y rositas (Editorial CSIC), que puedes “rastrear” en Todostuslibros.com y/o descargar en este enlace, y las antologías Las frases frágiles (La Bella Varsovia), sobre la valiosa poesía de Emilia Pardo Bazán, y Libro de la guerra (Seix Barral), que recoge textos —poemas, artículos y crónicas, cuentos, fragmentos de obras de teatro, cartas— escritos por Miguel Hernández entre 1935 y 1942.
🗺 He publicado un artículo en The New York Times, dentro de la serie “Read Your Way Through...”, sobre Madrid: acerca de lugares, recuerdos y lecturas disponibles en traducción.
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🎄 Mientras envío la próxima carta te deseo mucha salud, alegría y tiempo para leer buenos libros. (Hice la foto en un centro comercial. Me lo merezco.)
Felicidades, un texto estupendo!
Te leo esperando el ómnibus en la terminal de Asunción, Paraguay, con 40 grados de calor. Qué mágica la tecnología para algunas cosas, a qué mundos nos invitas a pasar... Gracias Elena 💜