En las primeras líneas, una experiencia propia. Luego desarrollas tu tesis, la engarzas con referencias y matices y conclusiones; pero al comienzo sitúas una anécdota, una evocación. No recuerdo dónde leí que muchas escritoras partían de vivencias en sus textos ensayísticos como una forma de buscar la protección, como si no bastaran el pensamiento, la formación o la bibliografía: nadie puede negarte —ejem— la veracidad de algo que te ha ocurrido —ejem ejem—, así que lo utilizas como escudo, una versión radical de la captatio benevolentiae o una llamada a la empatía de quien lee, también en cierto modo una forma de atenuar la crítica, que se difumina en lo personal por mucho que te expongas. Creo que existen otras razones: pienso en Béatrice Didier y su écriture-femme —entre muchos etcéteras, las posibilidades de la memoria como espacio de libertad creativa para las mujeres—, en la transformación casi ideológica de la historia individual en historia colectiva, legitimando testimonios que antes se condenaban a los márgenes, tal como reivindicó Annie Ernaux tras ganar el Nobel. Identifiqué aquella reflexión en algunos de mis artículos: en las primeras líneas, una experiencia propia. Después autoridades, estadísticas, cifras y apellidos, lo que opino y lo que intento defender: pero al inicio, tralará. Si tengo clara mi idea y los argumentos que la sostienen, ¿a qué temo? Intenté desandar el camino y localizar el origen, releer en diagonal los libros de los últimos meses, escudriñar el historial de navegación: sin éxito. De manera que traigo aquí esta teoría del parapeto íntimo en lo público, reconociendo que no me pertenece y que no la comparto del todo, aunque con esto que escribo le otorgue la razón.
*
Mañana se celebra el Día Internacional de la Mujer. En marzo brotan los espárragos y las remolachas y los eventos sobre mujeres que hacen cosas, no tanto los eventos sobre las cosas que hacemos las mujeres. A mí me invitan a participar en algunos y, si las circunstancias lo permiten, casi siempre acepto; esta disponibilidad es uno de mis privilegios, aquí sus muchas acepciones. Disfruto conversando con otras escritoras sobre nuestro trabajo, escuchándolas con curiosidad y orgullo; también sobre los factores que posibilitan —o no— lo que hacemos. Visibilizar el andamiaje, las circunstancias en/desde/con las que se escribe: cómo muchas veces —insisto, me repito— escribimos no los libros que queremos, sino los que podemos, y cómo la historia de la literatura se compone o debería componerse también de lo que no se ha podido —o querido— escribir o de lo que no se ha podido —o querido— publicar, guardadito en un cajón por motivos diversos. Yo no soy madre, pero sí lo son muchas compañeras de generación, y me preocupa cada vez más que logren unas condiciones favorables para su escritura; quiero —de manera egoísta— seguir leyéndolas, y quiero que sigan publicando y participando en actividades para divulgar lo que escriben. Pregunto cómo ayudar, qué necesitan. Pero al mismo tiempo siento que me meto donde no me llaman, que me apropio de una reivindicación que no me pertenece; que “invado” su territorio y su lucha desde el privilegio de no cuidar de nadie más que de mí misma. En todo caso, intento compartir esos espacios a los que puedo acceder: hacer genealogía con quienes escribieron antes que yo, con quienes escriben mientras, por si sirve —la conciencia del eslabón— de algo para quienes escribirán a continuación.
*
Leo: no existen la literatura masculina y la literatura femenina, sino la buena literatura y la mala literatura. En muchas ocasiones lo masculino se identifica —educación, prejuicio— con el mundo y lo femenino con el patio de mi casa, que es particular; por no referirnos a conceptos tan volátiles como el prestigio. De acuerdo: nadie reclama límites cuando escribe. Sin embargo, percibo que la clasificación no escuece tanto cuando apela al texto según el lugar o la fecha de nacimiento de quien escribe, por nombrar dos circunstancias ajenas —o no— a la obra. No suelo oír vestiduras rasgándose ante una antología de poesía joven o de relatos escritos en Valencia.
Nuestras circunstancias marcan lo que escribimos, nuestras posibilidades y nuestras decisiones, por mucho que no impregnen el texto de manera explícita. Cuando Octavia E. Butler aborda su distopía La parábola del sembrador —publicada en castellano por Capitán Swing, con traducción de Silvia Moreno Parrado—, ¿de verdad no influyen en el planteamiento ninguna de sus experiencias, ninguna de sus circunstancias? ¿Cómo despojar sus libros de las reflexiones sobre la raza o el género, la religión o la clase social? ¿Mantendría La parábola del sembrador su argumento y sus personajes y su rumbo de haberlo escrito alguien de otro género y/o de otra raza, con más o menos dinero en la cuenta, en otro país o en otra lengua u otro tiempo?
Creo que no. Pero cambio a menudo de parecer, y también me contradigo, y a menudo no sé qué opino sobre algo, porque me faltan datos o tiempo o energía para sopesarlos. Así que quizá me desdiga en el tramo siguiente.
*
Meses atrás viví algo que recuerdo a veces. Digo a menudo: quiero escribir sobre esto, pensar sobre esto con algo más de calma. Se lo comento a mi amiga María, como casi siempre: María, me ha pasado tal cosa, lo tengo que escribir. Ella me responde con entusiasmo que sí, que por supuesto. También sucede al contrario: María me cuenta algo, añade que lo tiene que escribir, yo respondo con entusiasmo que sí, que por supuesto. Nunca ocurre. En mi caso, lo esbozo en un archivo de TextEdit: una línea más en ideas.rtf. “Lotería”. “Mujeres y listas”. “Lo que tienes que hacer”. “El salario emocional”. Fantaseo con publicarlo así, tal cual: el cementerio de artículos que jamás escribiré.
Se trataba de conversar acerca de la obra de un poeta. Una charla breve con otro escritor, moderada por una periodista, que me permitiría releer a un autor que me interesa y también reflexionar sobre sus otras facetas vinculadas a los libros. Releí y tomé notas, me armé de bibliografía… Recibí el esquema de intervenciones: las preguntas para mi compañero se centrarían en la literatura, y a mí me correspondería hablar sobre las mujeres que tuvieron —o no— relación con él. Me desconcertó: con la invitación entendía que conversaríamos sobre los mismos temas; desde luego, nunca se mencionó este. Sin embargo, se deslizaba el mensaje de que él acudía como escritor, por lo que hace, y yo como mujer, por lo que represento. La genealogía literaria me interesa, le dedico mi entusiasmo y mi esfuerzo, pero también me gusta escoger los temas sobre los que hablo —o al menos disfrutar de la libertad de decir que no—, y también me veo capaz de abordar otros asuntos. En estas situaciones elijo callarme, no molestar, pero aquí decidí explicar —por si resultaba útil, por si no habían caído— mi incomodidad, quizá porque la actividad la organizaban mujeres y esperaba cierta complicidad: expliqué que el hecho de que mi participación se limitara a cuestiones acerca de las mujeres a las que se vinculó, apartándome del diálogo sobre la obra del autor, mantenía esos esquemas perversos en los que la mujer se queda en el patio de su casa, aunque cuando llueve se moje igual que los demás. Creyeron que lo había interpretado como una ofensa; al menos, la confusión obligó a regresar al punto de partida, y conversé acerca de la obra de un poeta.
*
Marta Sanz, en su estratosférico prólogo al estratosférico Silencios (traducción de Blanca Gago; Las afueras, 2022), de Tillie Olsen: «Estamos, ¿mucho mejor?, ¿y toda esta amargura?, ¿y este sobresfuerzo, ¿y este cansancio?, ¿y esta alegre y enloquecida manera de sobreponernos a los insultos gratuitos y las adversidades? (…) Ocupamos más espacio en los suplementos literarios, aún muy poco en los manuales escolares, quizá un poco más en los programas universitarios, pero, cuando una escritora llega al número 1 de cualquier listado, nos invitan sutilmente a pensar que está ahí no por su excelencia, sino por un asunto de corrección política. Se desactiva la utilidad de las políticas de igualdad —pura condescendencia, puro oportunismo, dicen— y, perversa y simultáneamente, se cuestiona la calidad de textos escritos por mujeres sobre los que siempre recae la sospecha.»
*
Las diez del lunes. Como el resto de noches, ceno frente al portátil. Envío el borrador a María para que lea, y me aconseje.
María, ¿qué opinas? ¿Te convence? ¿Borro? ¿Me quedo corta? ¿Deslavazada? ¿Demasiados charcos? ¿Demasiada ligereza? Este mes necesito tranquilidad y nunca me he sentido a gusto en la polémica, pero también me apetece enviar algo que pueda interesar a alguien. Ya me dices lo que te ha parecido. Muchas gracias, amiga.
📸 Booklet of suffrage-themed poems, de Woman Suffrage Party of New York City (Schlesinger Library on the History of Women in America). En The Commons / Flickr.
🗓 Para quienes estén en Madrid, en los próximos días participaré en dos actividades. El jueves 9, a las 19h, en La Pecera del Círculo de Bellas Artes, en la mesa redonda “Emilia Pardo Bazán y la mujer trabajadora”, con Fanny Rubio, Pepa Roma y Cristina Oñoro, además de la lectura de Ruth Gabriel; organizan ACE y CEDRO (y Ana Rossetti). Y el miércoles 15, también a las 19h, acompañaré a María Medem en la presentación de su bellísima novela gráfica Por culpa de una flor (la publica Blackie Books), en la librería Grant. Ojalá podamos encontrarnos en ellas.
📬 Además de aquí, me encuentras en Facebook, Instagram y mi web.