Tienes que leer a Laura Carneros
"Proletaria consentida" es una novela sobre la clase social y las precariedades, desde el humor y desde las tragedias.
📷 Laura Carneros, por Lorena Ale.
Quienes se cruzan conmigo escuchan, desde septiembre, la misma letanía: tienes que leer a Laura Carneros. Y de verdad: tienes que leer a Laura Carneros. ¡Ya! Desde que se publicó su novela Proletaria consentida —en Caballo de Troya; uno de mis libros favoritos del año pasado— la he recomendado con todo el entusiasmo, sintiéndome muy cercana en temas —la clase social, el género, la precariedad que abarca de lo económico y lo laboral a lo emocional, la identidad que se erige desde estas circunstancias— y al mismo tiempo fascinada con el lugar desde el que cuenta, con sus riquísimos matices.
Proletaria consentida es una novela que se niega a sí misma: pequeñas estampas que se suceden con urgencia; se escribe cuando se puede, como se puede. En ella Laura Carneros nos presenta a Lidia, que nació en una familia «pobre», sin eufemismos, y para la que solamente existe —de qué forma— el presente, porque el pasado lastra y el bloque en el que viven no se asoma al futuro, sino a otros bloques idénticos. Es también una novela sobre la pobreza, sobre la forma en la que te marca cuando naces. Lidia sigue con fidelidad la receta del éxito —estudio y esfuerzo y talento, la cultura y la educación para llamar al ascensor social, estudio y esfuerzo y talento, becas de mierda aquí y allá, trabajos basura aquí y allá—, aunque el éxito nunca se alcanza. Es una novela que no idealiza, que no se escribe desde la jerarquía; no invita a una excursión por la clase trabajadora, héroes sin capa, blablablá. Laura Carneros dibuja a sus personajes —Lidia, la madre y el padre y el hermano, los abuelos, las primas y las amigas, los hombres a los que su protagonista se vincula— tan felices y tan miserables como el resto; la clase social no santifica.
La familia aparece como condena y refugio al mismo tiempo: marca desde el origen —somos el dinero que nunca heredaremos—, se regresa a ella cuando no quedan más opciones. Me impresionó la crudeza con la que Laura Carneros aborda la infantilización de su protagonista. Cuando su familia se refiere a Lidia —siempre mayor para los retos que emprende y que se marca, vieja para todo— como «la niña» late ahí el afecto, por supuesto, pero también la imposibilidad de la vida adulta, treintañera en su habitación de adolescente. (La sensación de que no retrata una generación, sino el momento de una clase social: la pobreza es transversal.) Cuántas violencias en Proletaria consentida, sutiles o explícitas: como vía de relación, en cierto modo también de redención frente la familia, frente a la pareja estable alguna vez, esporádica las que más.
Ojo. Proletaria consentida es un libro grave en sus temas, y al mismo tiempo un libro de una ligereza hermosa en su decir, lleno de humor: utiliza la caricatura para escapar de la realidad y huir de lo severo, subrayando mediante el contraste lo que a Lidia le ocurre y lo que Lidia vive. La risa como mueca. Leyendo a Laura Carneros pensaba en Amélie Nothomb: una prosa limpísima, que recrea la complejidad de lo oral —y aquí la intimidad, la confidencia—, que suena y que se ve porque aflora una imagen potentísima, la punta de un iceberg que sugiere lo posible narrado.
No se trata de una novela de iniciación ni de aprendizaje. Laura Carneros no busca moral ni moraleja, y sin embargo mucho se inicia en Proletaria consentida, se aprende muchísimo leyéndola. Qué talento admirable el de Laura Carneros, qué inteligencia fijándose en aquello que de tan cercano acaba desapercibido. El tópico impondría un deseo final: qué ganas de leer lo siguiente. Y sí, porque Proletaria consentida despierta la curiosidad inmensa de seguir leyendo a Laura Carneros, pero despierta sobre todo la felicidad no tan habitual de leer a una escritora tan capaz para los extremos, abordar el drama desde lo cómico, el rigor en la anécdota. Que llegue lo próximo, porque eso significará que Laura ha dispuesto de calma y tiempo para escribir. Mientras tanto, tienes que leer a Laura Carneros. ¿Qué haces sin leer a Laura Carneros? Cierra esta página, abre Proletaria consentida. ¡Ya!
Un fragmento de Proletaria consentida (Caballo de Troya, 2022), de Laura Carneros:
Verde era la hoja
Manolo Escobar ha muerto, me lo dijo mi madre. Como la mañana en que mi abuela murió y me mandó un SMS. A veces sueño que viene por casa, le digo: Abuela, pero tú hace mucho que vives en el nicho. Mi madre sueña más con mi abuelo, le regaña para que se bañe: ¡Venga, a la ducha!, como si tuviera que cumplir in aeternum la tarea de los cuidados. A mi abuela le gustaba Manolo Escobar, sus canciones formaban parte de mi infancia y también las películas. Se ponía muy tonta cuando salía en la tele: Lidia, siéntate conmigo. La sonrisilla platónica, el canturreo ligero. Movía las piernas con las que no podía caminar: enfermedad degenerativa crónica de progresión lenta. De carácter también rígido, como sus articulaciones. A veces la odié hasta el llanto, eso solo Mariela lo sabía.
Se va deshaciendo la banda sonora, como el sonido de la voz de los fallecidos. Ahora duermo en la que era su habitación: quedan las paredes, pero los elementos han cambiado. Cuando me vaya no quedará nada de su historia, tampoco de la mía. En otro lugar escogeré otro atrezo, la música, los diálogos. Algún día, la escena que yo construya también será sustituida por otros muebles, otras voces y otra copla diferente. Cuando murió mi abuela mandamos a mi abuelo al dormitorio más pequeño de la casa. Cuando murió él, dejé de compartir habitación con mi hermano.
No tenía yo ni cinco años cuando mi madre tiró a la basura mis sandalias doradas. Mis sandalias favoritas, de Cleopatra. ¿Dónde están, mamá?, pregunté. Están ya viejas. Se adelantó a los acontecimientos: al verano siguiente mis pies habrían crecido. Aún no era capaz de entender eso. Lloré por mis sandalias, No llores, que estás muy fea. Había invitados en casa, miraban el numerito sin decir nada. Luego llegaron otras sandalias, zapatos, botas y chanclas que pronto aborrecí. También se fueron otras cosas que parecían inmortales hasta que el tiempo demostró lo contrario. Hay un féretro en mitad del salud y nadie me ha dicho que mi abuelo es lo bastante viejo para desecharlo. Supongo que para mí sus ochenta y cinco años no son suficientes.
Laura Carneros (Málaga, 1988), en sus palabras:
«En 2006 me matriculé en Periodismo siendo la cuarta de la lista de admitidos empezando por abajo. Me siento más cómoda cerca de quienes pierden. Quizá tenga que ver que a mi padre no le entusiasma el fútbol pero se declara del Atleti: hay que estar con los que apenas ganan. Le gusta más la política, cosa que a mi madre no, pero ella también es de votar por pena y en eso coinciden. Busco mi hogar literario y cinematográfico en las voces que cuentan con naturalidad lo que a mí se me atraviesa. Reconozco la influencia de Julia Sabina, Marjane Satrapi, Carmen Laforet, Amélie Nothomb, Lucía Berlin y Caitlin Moran en la escritura de Proletaria consentida. A ellas acudí para reconocerme, para encontrar a Lidia en sus protagonistas: mujeres, niñas y adolescentes que parecen siempre desubicadas y tratan de sobreponerse a la desventaja sin un plan definido. Lanzar un libro te devuelve decenas de voces hermanas, eso no lo sabía, y es uno de los mayores regalos que me ha dado la publicación de Proletaria. Diario del asco, de Isabel Bono, es lo último que he leído y tengo una sensación extraña, contradictoria: me da rabia llegar tarde a ella, pero también me reconforta la sensación de reencuentro que me otorgan la narración y sus personajes. Tengo en la mira Siempre quiero ser lo que no soy, de Aloma Rodríguez, y Listas, guapas, limpias, de Anna Pacheco. Y es imposible, o más bien deshonesto, no destacar alguna película, ya que el cine me inspira mucho. Con el viento, de Meritxell Colell, aborda el conflicto familiar y personal que se genera a raíz de la situación de dependencia de un allegado. La virgen de agosto, de Jonás Trueba (cómo no), cuya protagonista busca algo de oxígeno en una ciudad sofocada por el calor y el tedio veraniegos, metáfora de su propia vida, en la que trata de aferrarse a los pequeños soplos de brisa que se cuelan en lo cotidiano. No veo apenas series, pero Fleabag, de Phoebe Waller-Bridge, la guardo también en mi lista mental de fuentes a las que volver. Escuché mucho a Mitski durante los últimos meses de gestación, canciones como Working for the knife o Class of 2013 siguen conectándome con las sensaciones que necesitaba.»
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🔎 Laura Carneros tiene perfiles en Instagram y Twitter. Me interesan mucho —también— sus críticas de cine, como esta en Otros Cines Europa al estupendo documental La visita y un jardín secreto, de Irene M. Borrego, sobre la pintora Isabel Santaló.