Wisława Szymborska predice tu futuro
Un poema al azar —o no— en el centenario de su nacimiento.
📸 Detalle de la biblioteca de Wisława Szymborska, en la web de su fundación.
Un poema adivina tu futuro. No el momento en el que firmarás un contrato o encontrarás el amor, pero sí alguna respuesta sutil que te corresponde interpretar: después de todo, así funcionan —más o menos— las metáforas. En la bibliomancia se abre cualquier libro por cualquier página, al azar, y el azar brinda alguna pista para seguirla o ignorarla, te sugestiona y marca tus decisiones. El gran ejemplo es el I Ching, pero desde antiguo se recurre también a la Biblia, a los poemas homéricos, a la Eneida de Virgilio. Las liturgias varían: hay quien sugiere que el viento mueva las páginas, hasta que se detenga en una u otra, o incorporar artilugios que faciliten la tarea. Por supuesto, estos hallazgos no resultan vinculantes: desobedece si el texto en cuestión incluye un sacrificio.
Anoche, al volver a casa, escogí una antología de Wisława Szymborska. Abrí el libro por cualquier página, al azar, y el azar escogió “Regresos”: «Regresó. No dijo nada. / Pero estaba claro que le había ocurrido algo molesto. / Se acostó vestido. / Escondió la cabeza bajo la manta. / Encogió las rodillas. / Ronda los cuarenta, pero no en este instante. / Existe, pero solo tanto como en el vientre de su madre, / érase que se era bajo siete capas de piel, en la oscuridad protectora. / Mañana dará una conferencia sobre la homeostasis / en la cosmonáutica metagaláctica. / De momento se hizo un ovillo, se durmió».
Cumplía con la descripción: punto por punto. En pijama, rondando los cuarenta «pero no en este instante», sin manta empírica pero con voluntad de disimulo. Había ocurrido algo no molesto, sí triste. Cincuenta años atrás, desde el salón de su piso de Cracovia, Wisława Szymborska me advertía que nada importa tanto, ni lo que nos sucede ni lo que nos proponemos, mera materia en un universo que funciona pese a todo y contra todo. Así lo comprendí, quizá porque así lo necesitaba. Entendí también que Szymborska me sugería que llamase a mi madre, pero a las doce y pico de la noche ese contacto preocupa más que reconforta.
No identificamos a Wisława Szymborska con el tópico del poeta visionario, y sin embargo pocas voces nos han indicado hacia dónde leer, desde dónde actuar, con la sabiduría de la suya. Ese molde —el de quien escribe para el futuro— suele apelar a otras direcciones: el poema extenso, trufado de imágenes que no se agotan, que busca resumir el tiempo y el mundo, dictar más que dudar. Szymborska trabaja de la manera contraria. Aquí y ahora: textos breves con un lenguaje claro, preciso, casi nacido de la conversación —o no, porque esa naturalidad la respalda una labor profunda de corrección: pensar y pensar, borrar y reescribir y borrar, hasta la palabra exacta—, que desde la rutina proponen una trascendencia diferente. Lo universal en lo concreto, «conozco el mundo en un radio de seis millas», y con eso basta para eso: conocer el mundo, decirlo.
¿Decirlo cómo? Se me ocurre “Ropa”, un impresionante poema sobre la enfermedad, que construye acumulando —un tótem— los elementos dispersos en la consulta médica: no los propios del instrumental, que nos situarían de inmediato en la escena, sino los de quien acude a la prueba, la ropa que viste y que se quita, cómo el miedo y la conciencia irrumpen en la vida de quien recibe el diagnóstico, subrayando así que la enfermedad toca a cualquiera. Cuando piensa en la muerte, Szymborska no escoge el dolor evidente de quien llora en el tanatorio, sino la soledad de la mascota que sobrevive (“Un gato en un piso vacío”). Cuando se refiere a la guerra, de entre todas las catástrofes, nos recuerda que «alguien tiene que limpiar. / No se van a ordenar solas las cosas, / digo yo». Sus poemas los pueblan las hermanas que no escriben —oye, tú que sí que escribes: no importas tanto—, las fechas cualquiera que rebajan el peso de la historia, y reivindican otra historia posible, tejida en minúsculas, lejos de las enciclopedias. En “Día 16 de mayo de 1973”: «El sol brilló y se apagó / sin que yo me diera cuenta. / La tierra giró / y no lo mencioné en mi diario». La ironía y el humor, también, que siempre se destacan: no para restar gravedad, porque se trata de una poética sobre cuestiones importantes, pero sí para señalar el contrapunto, para enfrentarse a la sombra, para no olvidar que la alegría también forma parte de nuestro día a día.
Un último vistazo. Me fijo en las dos primeras estrofas de “Si acaso”: «Podía ocurrir. / Tenía que ocurrir. / Ocurrió antes. Después. / Más cerca. Más lejos. / Ocurrió; no a ti. // Te salvaste porque fuiste el primero. / Te salvaste porque fuiste el último. / Porque estabas solo. Porque la gente. / Porque a la izquierda. Porque a la derecha. / Porque llovía. Porque había sombra. / Porque hacía sol». El poema continúa, pero también el poema basta. Wisława Szymborska hace sesenta o cincuenta o veinte años, adivinando tu futuro desde el salón de su piso de Cracovia, no sabiéndolo pero sabiéndolo todo.
📚 Hoy se cumplen cien años del nacimiento de Wisława Szymborska. La antología a la que me refiero es Saltaré sobre el fuego (Nórdica, 2015), con traducciones de Abel Murcia y Gerardo Beltrán, ilustraciones de Kike de la Rubia y prólogo de Juan Marqués. Puedes —debes— leer su discurso de aceptación del Premio Nobel.
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